“Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado.”, esa fue la conclusión a la que llegó (hacia 1875) León Tolstoi. La muerte se le presentó como un terrible enigma.
Frente a la muerte, frente al inevitable fin... ¿qué sentido tiene cualquier cosa que se haga? Moriré, morirá mi familia, morirán mis seres queridos... La conciencia de la muerte le hizo ver que “todo es un engaño, ¡un engaño estúpido! (...) La pregunta es: ‘¿Qué resultará de lo que hoy haga? ¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi vida?’ Expresada de otra forma, la pregunta sería la siguiente: ‘¿Para qué vivir, para qué desear, para qué hacer algo?’. O formulada todavía de otro modo: ‘¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?’” Tolstoi comenzó a buscar respuestas en las ciencias y en la filosofía. No las encontró.
En esta entrada veremos que el escritor ruso encontró en la fe esas respuestas que buscaba desesperadamente.
En “Mi confesión”, Tolstoi (1828-1910) menciona el ataque de melancolía que le condujo a sus conclusiones religiosas.
A Tolstoi se le educó en la fe cristiana ortodoxa, sin embargo, explica que al llegar a los dieciocho años nada quedaba de esas enseñanzas, en realidad nunca había sido un creyente.
A los once años llegó a una conclusión: que era preciso estudiar el catecismo e ir a misa, pero que no hacía falta tomárselo demasiado en serio. A esa edad se burlaba de aquellos que se decían creyentes.
El escritor ruso, antes de su trascendente experiencia (su conversión), se daba cuenta de que entre quienes se decían creyentes podía haber personas crueles, inmorales o estúpidas, y entre los no creyentes podía haber personas con valores como inteligencia, franqueza, honradez, bondad y moralidad. Entonces resultaba imposible, juzgando solamente por sus actos, saber si una persona era o no creyente.
Había una separación entre acciones y fe, en sus palabras: “La fe no participa en la vida, no regula en modo alguno nuestras relaciones con los demás ni es preciso que la confirmemos en nuestra propia vida; la fe se profesa en algún lugar lejos de la vida e independientemente de ella. Si nos topamos con la fe, será sólo como un fenómeno externo, no ligado a la vida.”
Una vez que Tolstoi se convierte en creyente le resulta absurdo que la fe no se manifieste en los actos, así, decía que “Por la vida de una persona, por sus actos, hoy igual que ayer, es imposible saber si es creyente o no.”
¿Era Tolstoi ateo antes de su conversión? No. Su postura era la siguiente: “A los dieciséis años abandoné la oración y por iniciativa propia dejé de acudir a la iglesia y de ayunar. Ya no creía en lo que me habían transmitido en la infancia; creía en algo pero no podía decir en qué. Creía en Dios o, más bien, no negaba a Dios, pero no podía decir qué clase de Dios era ése. No negaba a Cristo ni a sus enseñanzas, pero tampoco podía decir en qué consistían esas enseñanzas.”
¿Qué motivaba a Tolstoi en su vida? Su deseo de superar a sus semejantes, es decir, “ser más fuerte que los otros, es decir, más célebre, más importante, más rico.”
Entonces el escritor se encontró con la siguiente circunstancia: quienes le rodeaban se burlaban de quienes manifestaban el deseo de ser moralmente buenos, y -en cambio- se elogiaba y alentaba a quien se entregaba a las viles pasiones: “La ambición, el ansia de poder, la codicia, la lascivia, el orgullo, la ira, la venganza; todo eso era respetado.”
Tolstoi notó que cuando se mostraba entregado a las que llamaba viles pasiones, la gente lo aprobaba. Y estas mismas viles pasiones eran la base de su trabajo como escritor: “comencé a escribir por vanidad, codicia y orgullo.” Su receta como escritor era “disimular el bien y exhibir el mal.”
A los 26 años comenzó a tratar a otros escritores, al principio sucumbió a este ambiente, pero después de un tiempo se percataría de que los escritores “eran personas inmorales, la mayoría de carácter malo y ruin (...) Esa gente terminó por repugnarme...” A pesar de esas conclusiones, continuó en este ambiente, Tolstoi se volvió enfermizamente orgulloso, su objetivo –al igual que el de los otros escritores que trataba- era obtener mucho dinero y muchas alabanzas.
A lo largo de los siguientes años a Tolstoi se le venían a la mente preguntas sobre el sentido de la vida, pero las ignoraba pensando que cuando tuviera tiempo resolvería todas sus dudas. Pero estas preguntas comenzaron a atormentarlo: “Comprendí que no era un malestar fortuito, sino algo muy serio, y que si se repetían siempre las mismas preguntas era porque había necesidad de contestarlas. Y eso traté de hacer. Las preguntas parecían tan estúpidas, tan simples, tan pueriles... Pero en cuanto me enfrenté a ellas y traté de responderlas, me convencí al instante, en primer lugar, de que no eran cuestiones pueriles ni estúpidas, sino las más importantes y profundas de la vida y, en segundo, que por mucho que me empeñara no lograría responderlas.”
La pregunta que debía responderse era: ¿y después qué? Podía tener riquezas, fama, etc., pero... ¿y después qué? “Y no podía responder nada, nada.”
Así, llegó a sentir que su vida era un absurdo. La idea del suicidio le pasaba por la mente.
Sobre esto, William James, en Las variedades de la experiencia religiosa, anotó: “Se trata de un caso claro de anhedonía, de pérdida pasiva de la apetencia por cualquiera de los valores de la vida... En el caso de Tolstoi, la sensación de que la vida poseía algún significado desapareció por completo durante largo tiempo. Tolstoi explica que cuando contaba unos 50 años comenzó a padecer momentos de perplejidad, a los que llamó de suspensión, en los que se sentía como si no supiese ‘cómo vivir’ o ‘qué hacer’... La vida, antes fascinante, era ahora sobria, y más que sobria muerta; aquello que siempre había mostrado un significado evidente, no tenía ahora ninguno y comenzaron a asediarle las preguntas: ¿por qué?, ¿y ahora qué?”.
Tolstoi escribió: “Sentía que algo dentro de mí, donde había reposado siempre mi vida, se había roto; que no me quedaba nada a donde agarrarme, y que moralmente mi vida se había detenido. Una fuerza invisible me impelía a desligarme de mi existencia de alguna manera; no puede decirse exactamente que deseara suicidarme porque la fuerza que me alejaba de la vida era más grande, más poderosa y general que cualquier simple deseo. Era una fuerza parecida a la vieja aspiración de vivir, pero que me impelía en dirección contraria (…) Imaginad un hombre feliz y lleno de salud escondiendo la cuerda para no colgarse en la viga de la habitación donde cada noche duerme solo. Imaginadme no yendo a cazar más por miedo de rendirme a la fácil tentación de matarme con la pistola”.
Tolstoi sentía todo esto en un período de su vida en el que debería haber sido completamente feliz (la crisis del escritor comenzó en 1875 y se hizo mucho más intensa hacia 1877): no estaba enfermo, amaba a su esposa, ella le correspondía, sus demás relaciones familiares eran armoniosas, económicamente estaba bien, era famoso, ya era considerado uno de los más grandes literatos, era capaz de escribir hasta ocho horas diarias.
A pesar de lo anterior, su vida carecía de sentido: “no podía dar ningún significado razonable a acción alguna de mi vida (…) El hombre sólo puede vivir mientras está intoxicado, embriagado de vida; sin embargo, cuando vuelve a estar sobrio no puede dejar de ver cómo todo consiste en una estúpida estafa (…) ¿Cuál será el resultado de lo que haga hoy?, ¿y de lo que haré mañana? ¿Cuál será el resultado de toda mi vida? ¿Por qué debo hacer nada? ¿Hay algún otro objetivo en la vida que la muerte inevitable que me espera no anule o desmienta?... Sin una respuesta es imposible, como bien he experimentado, que la vida pueda continuar”.
El estado de Tolstoi resultaba incomprensible para quienes le rodeaban, su esposa Sonia le escribió: “Cuando pienso en ti (cosa que me sucede en todos los instantes), mi corazón sufre, porque das la impresión de ser desgraciado. Siento tanta lástima por ti y, al mismo tiempo, tanta estupefacción: ¿por qué, por qué razón? Alrededor de nosotros, todo es tan bueno, tan feliz... Si te place, esfuérzate en ser feliz y alegre.” Ella misma usó el término “muerte moral” para referirse al estado de su esposo.
Tolstoi cuenta que buscaba la manera de salir de tal estado, pero no lograba su objetivo, y escribió “que aquello que nos conduce a la desesperación y al absurdo sinsentido de la vida es el único conocimiento incuestionable accesible al hombre”. Para apoyar esta conclusión cita a Buda, a Salomón y Schopenhauer. Durante todo este tiempo, Tolstoi reconoce que una parte de su corazón tenía “sed de Dios”. Habla de su corazón debido a que era algo que no provenía de sus razonamientos.
Hay una frase del propio Tolstoi que resume a la perfección su estado (y que ya mencioné al inicio de esta entrada): “Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado.”
La muerte llegó a atormentarlo con sus enigmas.
¿Qué sentido tiene cualquier cosa que se haga si moriremos, si morirán nuestros seres queridos? Repito la cita del principio: “todo es un engaño, ¡un engaño estúpido! (...) La pregunta es: ‘¿Qué resultará de lo que hoy haga? ¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi vida?’ Expresada de otra forma, la pregunta sería la siguiente: ‘¿Para qué vivir, para qué desear, para qué hacer algo?’. O formulada todavía de otro modo: ‘¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?’”
Las ciencias y la filosofía no le proporcionaban respuestas satisfactorias. Cita largamente el Eclesiastés. También cita las palabras de Schopenhauer.
Y al no encontrar respuestas ni en las ciencias ni en la filosofía, ¿dónde decide buscar? En las personas. ¿Cómo enfrentan sus semejantes estas cuestiones? ¿Cómo responden las personas que le rodean a la cuestión del sentido de la vida frente a la muerte?
Se percató de que la gente de su clase social enfrenta estas preguntas de cuatro formas: algunos no comprenden que la muerte es un dilema, otros lo saben pero no piensan en el futuro y se dedican a aprovechar la vida, otros más se suicidan, algunos más deciden continuar viviendo aun estando concientes de lo absurdo de la vida.
Decidió entonces buscar el sentido de la vida no entre los hombres que buscan matarse “sino entre esos miles de millones de personas que han vivido y viven todavía, que crean la vida y llevan sobre sí el peso de su existencia y de la nuestra.” Tolstoi se percató de que la gente sencilla, analfabeta y pobre encuentra el sentido de la vida en lo que las personas de su clase desprecian: la fe.
Sobre la fe escribió: “Desde que la humanidad existe, allá donde ha habido vida, también hubo fe que hizo posible vivirla. La fe constituye el sentido de la vida, el sentido por virtud del cual el hombre no se autodestruye, sino que continúa viviendo. Si el hombre no creyese que hemos de vivir por algo, no viviría. La idea de un Dios infinito, la de la divinidad del alma, la de la unión de las acciones del hombre con Dios, son ideas elaboradas en las ilimitadas profundidades secretas del pensamiento humano. Hay ideas sin las que no habría vida, sin ellas yo mismo no viviría. Comencé a ver que no tenía derecho a confiar en mi razonamiento individual omitiendo las respuestas que proporcionaba la fe, ya que son las únicas respuestas para la cuestión”.
CONVERSIÓN
De 1877 a 1879 se convirtió en un practicante ejemplar. Daniel Gillés, en la biografía de Tolstoi, escribe: “Rezaba cada día sus oraciones, se levantaba frecuentemente al amanecer para asistir a misa, no faltaba nunca al oficio del domingo, se confesaba y comulgaba, hacía vigilia los miércoles y los viernes.”
Sonia se alegró de este volcarse a la religión de su marido, pues pensaba que gracias a la fe Tolstoi encontraría alivió a su muerte moral.
El escritor ruso, una vez que supero su estado de anhedonía, decidió cambiar su hasta entonces equivocada manera de vivir. Decidió trabajar para satisfacer las necesidades materiales, solucionar necesidades comunes, abjurar de mentiras y vanidades, ser simple, creer en Dios. En esto consiste la felicidad: “Conocer a Dios y vivir es la misma cosa. Dios es lo que es la vida. Bien, así pues, ¡vive, busca a un Dios, no habrá vida sin Él!”. Estos pensamientos entraron de súbito, como una revelación: “(así) como la fuerza de la vida había sido anulada en mí... así también la energía de la vida volvió”.
Puede afirmarse que Tolstoi se convirtió al cristianismo. Pero hizo una particular interpretación de los Evangelios.
Con la filosofía no basta, es imposible vivir sin religión, pero no puedo creer. Esa era la postura de Tolstoi. ¿Entonces puede hablarse de una conversión?
Al escritor se le presentó el conflicto de cómo conciliar la fe con la razón. A pesar de que se le presentaba como un problema difícil, consideraba que la razón llevaba al desprecio de la vida, mientras que la fe llevaba a encontrar el sentido de la existencia. “La fe es la fuerza de la vida”, escribió.
Tolstoi interpreta el cristianismo. ¿Qué significa esto? Que el escritor ruso no cree en los aspectos sobrenaturales de los evangelios, lo que hace es encontrar el mensaje moral que hay en esos textos. En Confesión expone cómo, al participar en los rituales religiosos, le causaban un gran conflicto las afirmaciones sobrenaturales.
Escribió que si la resurrección había sucedido o no carecía de importancia, lo importante era responder a las preguntas "¿cómo debo vivir?", "¿qué debo hacer?"
Si tanto conflicto le causaban dichas afirmaciones (como la resurrección de Cristo) ¿por qué acudía a los rituales? Gillés escribe: “Sin duda, porque, en su espantosa angustia moral, Tolstoi estaba cansado de estar solo y quería sentir en torno suyo a la gran familia de los creyentes; porque se aterraba de la nada sobre la que se abría su incredulidad; en fin, porque tenía nostalgia de la fe y creía que ésta no puede, en definitiva, encontrarse de nuevo más que si la practica. Quizás esperaba también que aplicando el ‘embrutécete’ de Pascal, a quien leía por esta época, llegaría a fuerza de humildad, a vencer sus dudas. Tolstoi, además, había quedado vivamente impresionado por la fe, a menudo grosera, pero muy sincera y profunda, que animaba al pueblo ruso, y, por esta época, se mezclaba a él con frecuencia, con la esperanza de comprender mejor y de compartir sus impulsos. Quería aproximarse a los simples, quienes –cosa que él creía desde hacía mucho tiempo- conocen mejor las verdades profundas y esenciales que los filósofos y los sabios, y en todo caso saben aceptar, con una conmovedora serenidad, las miserias, la enfermedad y la muerte misma.”
La ruptura con la Iglesia ortodoxa muestra claramente el conflicto que vivía Tolstoi, escribe Gillés: “Después de largos debates interiores, se decidió por la ruptura una mañana en que acababa de comulgar. Por lo general, se sometía gustosamente ese rito, que consideraba como un signo de aceptación total de la doctrina de Cristo, e incluso se sentía feliz al humillarse ante un simple sacerdote y unirse así a la gran familia de los creyentes. Pero esta vez se sintió escandalizado, irritado, por las palabras del oficiante proclamando que se trataba del ‘verdadero Cuerpo y de la verdadera Sangre de Jesucristo’, palabras que el ritual le obligaba a repetir; desconcertado, comprendió en seguida que había comulgado por última vez. Poco después renunciaba igualmente a las demás prácticas religiosas.”
Durante 1877 Tolstoi acudió a la carretera que servía de camino a los peregrinos para encontrarse con ellos. Los peregrinos se sentaban con Tolstoi al borde de la carretera y platicaban largamente. Aquellos hombres humildes caminaban por semanas (por ello es que por lo general tenían los pies ensangrentados) y se alimentaban gracias a la caridad de los campesinos. Tolstoi llevaba un cuaderno en el que anotaba “los dichos sabrosos, las palabras coloristas, los proverbios y adagios desconocidos de los que se servían frecuentemente estos analfabetos.”
Para Tolstoi lo importante eran el mensaje moral y la forma de vivir, no tanto las creencias sobrenaturales en sí mismas. De ahí que llegue a la conclusión de que no encontraba el sentido de la vida porque vivía mal, cometía malas acciones.
Tolstoi encuentra a Dios, piensa que debe cambiar su forma de vida: “La misión del hombre en la vida es salvar su alma. Para salvar su alma es preciso que viva según la voluntad de Dios, y para vivir según la voluntad de Dios es necesario renunciar a todos los placeres sensuales de la vida, trabajar, sufrir, ser humilde y misericordioso.”
Como explicaba líneas atrás a Tolstoi se le presentó el problema de cómo conciliar fe y razón, cómo conciliar los supuestos hechos sobrenaturales con la razón, de forma más general, se le presenta el problema de reconocer entre la verdad y la mentira. Así termina Confesión, afirmando que emprenderá la tarea de separar la verdad de la mentira.
EL CRISTIANISMO TOLSTOIANO
Tolstoi tomó seriamente el estudio de los Evangelios. Trabajó simultáneamente en cuatro obras: “Confesiones”, “Crítica de la teología dogmática”, “Concordancia y traducción de los cuatro Evangelios” y “¿Cuál es mi fe?” En estas obras explicaba Tolstoi la evolución de sus pensamientos, cómo, partiendo del agnosticismo, había llegado a una interpretación personal de las enseñanzas de Cristo. El escritor llegó a convencerse de que la Iglesia había traicionado el mensaje de los evangelios: “Desde el siglo II, la Iglesia no es más que mentiras, engaños, imposturas.” En 1893 publica su ensayo “El reino de Dios está entre nosotros”.
Ya hemos mencionado el contenido de Confesiones, Gillés afirma que se trata de una especie de “testimonio contra sí mismo” y que al estar escrito desde su nueva perspectiva religiosa contiene errores y exageraciones que su Diario ayuda a corregir. Pero ¿puede un hombre ser objetivo al mirar su vida, sus pensamientos y emociones?
En la Crítica de la teología dogmática, Tolstoi ataca las enseñanzas de la Iglesia ortodoxa. Considera supersticiones estúpidas la Trinidad, los demonios, los ángeles, la creación del mundo en seis días, la salvación y la condenación eternas. Afirma que los dogmas que van contra la razón son blasfemias contra el Espíritu Santo.
Concordancia y traducción de los cuatro Evangelios es su versión de la doctrina de Cristo. Los Evangelios no son una revelación divina, tampoco hechos históricos. Son una explicación del sentido de la vida, una moral. Los milagros de Jesucristo son interpretados por Tolstoi. Así, la multiplicación de los peces y de los panes la interpreta como una invitación a compartir los alimentos, cuando un ciego de forma milagrosa recupera la vista Tolstoi escribe que se trató de una iluminación espiritual. Para el escritor ruso Jesucristo tuvo un diálogo socrático consigo mismo en el desierto, de forma que las tentaciones que se le presentaron no eran promesas del demonio. El mismo Tolstoi reconoció que en ocasiones su interpretación podía parecer demasiado forzada.
Así, Tolstoi no creía en la divinidad de Cristo. El escritor ruso consideraba que la afirmación de la divinidad de Jesucristo no hacía sino distraer la atención de lo importante: el mensaje moral. Escribe Gillés: “El mensaje de Cristo no consiste en la salvación por la gracia o en el establecimiento de una Iglesia, sino en enseñarles a los hombres cómo deben vivir.”
Por otro lado denunciaba que la Iglesia le atribuía falsamente enseñanzas a Jesucristo, Tolstoi concluyó que Cristo jamás dijo que salvaría a la raza humana, nunca habló de la Trinidad o de la forma en que debía llevarse a cabo el ritual de la comunión.
De igual forma consideraba que creer en la divinidad de Jesucristo impedía la unión de todos los hombres: “Si Jesús no es Dios sino un gran hombre, su enseñanza no puede dar lugar a tantas sectas. La enseñanza de un gran hombre es grande sólo porque expresa de forma comprensible y clara lo que otros expresaron confusa e incomprensivamente (...) Buscaba respuesta para la pregunta de la vida y no para las preguntas teológicas e históricas; y por eso me daba igual si Jesucristo era Dios o no lo era, de quién procedía el espíritu santo, etcétera.”
En el prólogo de su interpretación de los Evangelios afirma: “Leyendo mi versión el lector se convencerá de que el cristianismo no sólo no es una mezcla de lo elevado y lo bajo, no sólo no es una superstición, sino que es la enseñanza metafísica y ética más rigurosa, pura y completa, que hasta ahora no ha sido superada por la razón del hombre y alrededor del cual, sin ser conciente de ello, gira toda actividad humana superior.”
Con este trabajo Tolstoi deseaba encontrar lo verdaderamente valioso de los Evangelios, se comparaba con un hombre que habiendo recibido un saco hediondo de suciedad encuentra que dentro hay perlas preciosas, ahora el trabajo es encontrarlas y limpiarlas. En otra parte se compara con un hombre que se dedica a reparar una estatua rota, al principio no está seguro del lugar en el que debe colocar una pieza, pero conforme avanza en su labor, sus dudas van apagándose. En resumen: para Tolstoi los Evangelios no son una revelación divina ni cuentan hechos históricos, son una obra que da sentido a la vida. Explica que llegó al cristianismo no por sus investigaciones teológicas o históricas sino por las preguntas que se hizo sobre el propósito de la vida.
¿Cuál es mi fe? es una exposición de la verdadera moral cristiana: “No te encolerices, sino vive en paz con todos los hombres. No te abandones a relaciones sexuales ilícitas. No prestes juramento. No resistas al mal con la violencia. No seas enemigo de nadie. Ama a Dios y a tu prójimo como a ti mismo.”
Sobre los anteriores preceptos Gillés anota: “Tlostoi pasará los años que le quedan de vida tratando de explicar, de vivir y de hacer que las gentes admitan estos pocos principios, muy simples y que, aunque pueda uno asombrarse un poco, le ha costado tanto trabajo y tantos sufrimientos redescubrir. Lo hará siempre con una sinceridad muy grande, a menudo con exageración o con una especie de ingenuidad muy simplista. Pero todavía no se imagina que, al definir su moral, acaba de fundar, porque sus preocupaciones responden a las de millares de sus contemporáneos, una nueva religión: el ‘tolstoísmo’.”
¿Qué tesis defiende en El reino de Dios? Que el reino de Dios en la Tierra será una realidad cuando todos los seres humanos vivan según los principios de Cristo. Aparece también su idea de la “no violencia opuesta al mal”, cito nuevamente al biógrafo de Tolstoi: “Todos los males de que sufre la Humanidad nacen, directa o indirectamente, de la violencia, ejercida por gobiernos corrompidos y sostenidos activamente por Iglesias seudocristianas. El gran principio que hay que oponer a la violencia es, y esto puede parecer paradójico a primera vista, el de la no resistencia al mal mediante la violencia.”
Y aunque Sonia pensó que su amado Tolstoi encontraría la felicidad en la fe, no tardaron en aparecer los problemas. Éstos fueron causados por los nuevos ideales del escritor. Al aspirar al perfeccionamiento moral, es decir, a la santidad, Tolstoi renunció a los “placeres viciosos”: la caza, el alcohol y el tabaco. De igual forma dejó de comer carne y pan blanco, la castidad fue otro de sus valores (no alcanzado). Pero lo que causó conflictos muy serios en aquel matrimonio fueron los votos de pobreza.
A partir de 1881 Tolstoi comenzó a preocuparse por la miseria. En 1882 participó en la elaboración del censo de la población de Moscú y eligió el barrio más pobre.
Así, llegó a sentirse incómodo en su propia casa, consideraba que su esposa e hijos llevaban una vida de castillo, despreocupada y fácil, que se dejaban llevar por un torbellino de fiestas mundanas. Vecinos, familiares y amigos sólo pensaban en divertirse. Escribió: “mi verdadero ‘yo’ es despreciado por todos los que me rodean.” El ocio y el lujo le comenzaron a irritar.
En cierto momento se sintió un parásito que vive de los pobres y decidió hacerse zapatero. Gillés dice: “Tolstoi, que no parecía darse cuenta de la paradoja que era profesar semejante teoría siendo él el dueño del lugar –de aquella gran casa confortable por la que circulaban lacayos de librea-, les explicaba (a sus visitantes) gravemente que para él nada era comparable a sus tres horas diarias de trabajo manual.”
Su molestia llegó al punto de querer abandonar a su familia. Por su parte, Sonia estaba embarazada (por duodécima ocasión) y sentía que Tolstoi le dejaba todos los asuntos domésticos: dirigir la casa, llevar las cuentas, educar a los niños, etc.
Tolstoi soñaba con no poseer nada, deseaba distribuir sus tierras entre los campesinos y renunciar a sus derechos de autor. Gillés anota: “Pero como Sonia, que no quería verlo despojar a sus hijos, se oponía ferozmente a esos proyectos, en aquel final de año de 1884 él acabó por proponerle un compromiso en verdad bastante extraño. Como él consideraba que la propiedad era un gran mal, le cedería a ella la gestión de todos sus bienes. Al principio, Sonia se indignó al ver que le transmitían aquel ‘gran mal’; luego se resignó a tal arreglo paradójico. Recibió de Lev un poder general que le cedía la gerencia de sus propiedades y de sus derechos de autor para las obras escritas antes de 1881, antes de lo que Tolstoi llamaba ‘su segundo nacimiento’. Muy activa, Sonia emprendió inmediatamente una nueva edición de las obras de su marido e hizo gestiones para poder hacer figurar entre ellas los textos prohibidos de Confesiones, ¿Qué debemos hacer? y ¿Cuál es mi fe? (...) Desde su ‘segundo nacimiento’, Tolstoi quería ser asceta. Había renunciado sucesivamente a la propiedad, al bienestar y a los ‘placeres viciosos’ de la caza y del tabaco. Ahora quería renunciar a la voluptuosidad, a toda voluptuosidad, incluso a la santificada por el matrimonio.”
En 1891, después de discusiones con Sonia por la forma en que esta administraba las propiedades, Tolstoi repartió sus bienes y renunció a los derechos de ciertas obras (tan fuertes eran las discusiones que Sonia llegó a considerar el suicidio). Tolstoi consideraba que su esposa e hijos le impedían vivir una vida santa. Sin embargo, el resultado fue paradójico, en palabras de Gillés: “He aquí, pues, a Tolstoi despojado del ‘fardo de la propiedad’: teóricamente, jurídicamente es pobre. Si fuese lógico consigo mismo, debería ahora vivir también la vida del pobre, cambiar su mansión por una modesta isba, trabajar con sus manos para asegurase el sustento y nutrirse con gachas de avena. Ahora bien, no cambia nada en su forma de vida, aunque ésta sea muy modesta. No abandona su biblioteca, ni los salones de su mansión, ni sus caballos de silla; continúa sentándose a la mesa señorial, siendo servido por criados, y no renuncia tampoco a sus costumbres de anfitrión espléndido que acoge multitud de discípulos y curiosos.”
Desde el momento de su conversión y hasta el último de sus días lo acompañaría el deseo siempre postergado de vivir humildemente.
Queda entonces claro que Tolstoi fue cristiano a su manera, de igual forma, creía en Dios pero no en el “Dios judío, grosero y personal” sino en un Dios “ilimitado e impersonal”, al cual le expresaba “¡Señor, despiértate en mí, alumbra mi vida!”.
De tal forma que a Tolstoi su conversión le traería conflictos no sólo con su familia. Las autoridades religiosas y políticas lo veían con recelo.
De hecho, la Iglesia ortodoxa decidió excomulgarlo en 1901. El decreto decía: “Dios ha permitido que en nuestros días aparezca un nuevo falso doctor: el conde León Tolstoi. Escritor de reputación mundial, ruso de nacimiento, ortodoxo por el bautismo y la educación, el conde Tolstoi, cegado por su espíritu de orgullo, ha tenido la insolencia de alzarse contra el Señor Jesucristo y contra su santo legado, y públicamente y a los ojos de todos ha renegado de la Iglesia ortodoxa materna, que lo había nutrido y educado. Ha dedicado su actividad literaria y el talento que Dios le había dado a esparcir en el pueblo doctrinas contrarias a Cristo y a la Iglesia, y a destruir en el espíritu y en el corazón de los hombres su fe nacional, esta fe ortodoxa confirmada por el universo y a la cual, hasta ahora, la santa Rusia ha permanecido fiel y por la que ha sido fuerte. Por eso la Iglesia no lo cuenta ya como uno de sus miembros y no podrá considerarlo como tal más que si se arrepiente y vuelve a entrar en su seno.” Nunca sucedió esto último, el escritor ruso murió sin recibir los sacramentos.
¿Y en cuanto a las autoridades políticas? Los problemas (también) se debieron a su interpretación del cristianismo. El escritor ruso predicaba la humildad, la no explotación de los semejantes.... En ocasiones enviaban a la policía a vigilarlo. Eso sí, no le castigaban, ¿por qué? En palabras del Zar Nicolás II: “No quiero añadir a su gloria la aureola de mártir.”
Basten las siguientes líneas para mostrar lo anterior. Los “luchadores del espíritu” eran una secta que tomaba al pie de la letra el mandamiento “no matarás”, de forma que se negaban a empuñar las armas. En 1895, debido a que los miembros de la secta se deshicieron de armas y se negaron al servicio militar, las autoridades decidieron castigarlos. Cuenta Gillés que “los desgraciados fueron azotados a golpes de nagaika, sus moradas fueron saqueadas, confiscadas sus tierras y sus comunidades dispersadas.” Tolstoi se identificaba con los ideales de la secta, así que decidió ponerse de su lado. A consecuencia de estas actividades consideradas subversivas por las autoridades, la policía sometió a Tolstoi y a sus simpatizantes a estrecha vigilancia. Algunos de los discípulos de Tolstoi fueron castigados con el destierro, pero –por lo ya explicado en el anterior párrafo- el escritor ruso permaneció intocable.
REFERENCIAS
James, William. “Las variedades de la experiencia religiosa”. Ediciones Península. Barcelona. 1986.
Tolstói, Lev. “Confesión”. Acantilado. Barcelona 2008.
Gillés, Daniel. “Tolstoi”. Editorial Juventud. España. 1963.
Leo, Tolstoy. “The Gospel in Brief. The life of Jesus”. Harper Perennial. USA. 2011.
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