El físico Robert L. Park, en el capítulo Sólo los champiñones crecen en la oscuridad o Cómo el secretismo oficial favorece a la ciencia vudú de su libro Ciencia o Vudú. De la ingenuidad al fraude científico (Grijalbo, colección Arena abierta, 2001), escribió sobre el incidente Roswell: "Un 1994, la secretaria de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, Sheila Widnall, aceptó promulgar una disposición, sin precedentes, por la que se descargaba a cualquiera que tuviera información sobre el supuesto incidente relativo a los ovnis acaecido en 1947 cerca de Roswell (Nuevo México) de la obligación de mantener dicha información en secreto. La secretaria Widnall, física e ingeniera aeronáutica de extremada sensatez, en excedencia del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), consideraba que las fuerzas aéreas tenían cosas más importantes que hacer que ir a la caza de historias de ovnis; sin embargo, el diputado por Nuevo México Steven Schiff insistía en que se realizara una completa investigación que abarcara todos los datos y testimonios disponibles.
Schiff pretendía tranquilizar a la opinión pública en el sentido de
que no había ninguna operación de encubrimiento por parte del
gobierno. Personalmente yo no esperaba que nadie se presentara
ya con información nueva, pero recordé, con cierta desazón, mi
propio «incidente de Roswell»."
Park se refiere a un avistamiento nocturno que tuvo en 1954 cuando, como joven teniente de las fuerzas aéreas norteamericanas se le asignó temporalmente –para supervisar la instalación de un nuevo sistema de radar- a la base Walker, en Roswell. El “platillo volador” que le seguía mientras Park conducía su auto resultó ser el reflejo, en una línea telefónica que discurría paralela a la carretera, de los faros delanteros de su automóvil. Park afirma que aquella experiencia fue una lección de humildad: “Me había predispuesto a ver un platillo volante, y mi cerebro se encargó de ello. Ahora, cada vez que me impaciento con las personas que creen en los ovnis –cosa que me sucede con frecuencia-, trato de recordar aquella noche en Nuevo México en que, durante unos segundos, yo también creí en los platillos volantes.”
LA TRANSFORMACIÓN DE LA HISTORIA
La historia del "incidente Roswell" ha evolucionado con el tiempo. Los medios de comunicación y los ufólogos han agregado detalles hasta hacerla más compleja, Park explica:
El 14 de junio de 1947, William Brazel, capataz del Rancho Foster, situado a unos ciento veinte kilómetros al norte de Roswell, observó una amplia zona llena de escombros a unos once kilómetros de la vivienda del rancho. Dichos escombros consistían en tiras de neopreno, cinta, láminas metálicas, cartón y pedazos de madera. En aquel momento no se molestó en examinarlos más de cerca, pero unas semanas después oyó hablar de los primeros informes sobre platillos volantes y se preguntó si lo que había visto podía tener alguna relación. Regresó al lugar acompañado de su esposa, y recogió algunas de las piezas. Al día siguiente se dirigió a la cercana población de Corona para vender lana, y estando allí le «susurró en tono confidencial» al shérif de Lincoln County, George Wilcox, que era posible que él hubiera encontrado piezas de uno de aquellos «discos voladores» de los que hablaba la gente. El shérif lo comunicó a la base aérea de Roswell. El ejército envió a un oficial de inteligencia, el comandante Jesse Marcel, para que lo comprobara. Marcel consideró que los escombros parecían piezas de un globo sonda o de un reflector de radar. Pudo meterlo todo sin ninguna dificultad en el maletero de su coche.
El asunto podía haber terminado ahí, pero al día siguiente la
oficina de relaciones públicas del Campo de Aviación del Ejército
de Roswell envió un confuso informe a la prensa, diciendo que el
ejército «se había apoderado de un disco volante gracias a la cooperación de un ranchero local y de la oficina del shérif». El ejército publicó inmediatamente una rectificación, describiendo los escombros como pertenecientes a un receptor de radar estándar. Pero ya era demasiado tarde. Había nacido el «incidente de Roswell». Con el paso de los años, la rectificación de aquella nota de prensa inicial acabaría pareciendo cada vez más una tapadera.
Cuando, unos años después (1954), me enviaron a Roswell para que
instalara el nuevo radar, el Campo de Aviación del Ejército de Roswell había pasado a denominarse Base de la Fuerza Aérea
Walker, y acogía una fuerza de bombarderos de largo alcance B36. La Unión Soviética tenía la bomba, y Estados Unidos estaba
preparando un rápido aumento de sus fuerzas estratégicas. Cuando llegué, los alojamientos para los oficiales solteros le la base estaban repletos, de modo que hube de alquilar una habitación en el pueblo, en una enorme casa de huéspedes situada en una tranquila calle flanqueada por hileras de álamos.
Los otros residentes de la casa de huéspedes, todos nacidos en Roswell, eran mucho mayores que yo. Eran casi como una familia, aunque se esforzaron para que también yo me sintiera como
en casa, regañándome en tono amistoso por todos los «secretos»
que había en Walker. Una cálida tarde de julio en la que estábamos hablando en el porche, la conversación giró en torno a las historias de platillos volantes. Sabían de los escombros hallados en el Rancho Foster en 1947: la noticia se había publicado en el Roswell Daily Record, Ni uno solo de ellos creía en las explicaciones que había dado el gobierno sobre globos sonda o receptores de radar; todos parecían estar de acuerdo en que los escombros tenían que proceder de algún proyecto secreto del gobierno o, quizás, de algún tipo de aeronave experimental rusa. No recuerdo que nadie sugiriera que procedían del espacio exterior.
No fue hasta 1978, treinta años después de que William Brazel observara los escombros en su rancho, cuando empezaron a aparecer cuerpos de extraterrestres en los relatos del «accidente». Con
los años, la historia del comandante Marcel cargando trozos de
madera, cartón y láminas metálicas en el maletero de su coche había crecido hasta convertirse en una importante operación militar para recuperar toda una nave espacial extraterrestre, que fue transportada secretamente a la Base de la Fuerza Aérea Wright-Patterson, en Ohio. A pesar de que el número de personas que podían recordar los acontecimientos sucedidos treinta años atrás disminuían, diversas fuentes de segunda y tercera mano empezaron a añadir nuevos e increíbles detalles: no había habido un solo accidente, sino dos o tres; los alienígenas eran pequeños, con grandes cabezas y vasos de succión en los dedos; un extraterrestre había sobrevivido durante un tiempo, pero el gobierno le había mantenido oculto; y así sucesivamente.
Como un gigantesco aspirador, la historia había incorporado
informes acerca de accidentes de aviación sin ninguna relación
con el caso y experimentos realizados con paracaídas desde una
gran altitud utilizando maniquíes con forma humana, a pesar de
que, en algunos casos, estos hechos habían tenido lugar varios
años después y a muchos kilómetros de distancia. Varios «investigadores» sobre ovnis lograron juntar fragmentos de tales informes para crear el mito de un encuentro con extraterrestres, un encuentro que había sido ocultado por el gobierno. Según estos creyentes, la verdad era demasiado espantosa para divulgarla.
Si las piezas no encajaban, se retocaban para que encajaran; y si
no se podía lograr que lo hicieran, se omitían. Para llenar las enormes lagunas que quedaban, los fieles especulaban. Con el tiempo, la distinción entre hecho y especulación se desvaneció. Se generó toda una serie de libros muy rentables y luego, toda una serie de respuestas escépticas por parte del escritor Philip Klass, especializado en temas aeroespaciales. Sin embargo, en el negocio editorial es un hecho demostrado que la seudociencia siempre vende más libros que la auténtica ciencia que la desenmascara.
Park afirma que los dudosos relatos sobre el incidente Roswell fueron explotados en diversos programas de televisión (como Unsolved Mysteries y magacines como Larry King Live). El punto culminante llegó cuando la cadena Fox TV exhibió en 1995 la famosa "autopsia extraterrestre". Cuenta Park: "Cuando los índices de audiencia de Alíen Autopsy empezaron
a descender, tres años después, la Fox anunció que había contratado a sus propios expertos para que examinaran la película. Utilizando sistemas de ampliación de vídeo de alta tecnología, «como los de la NASA», éstos revelaron la escandalosa verdad: la película era una estafa. ¿Se disgustó la Fox por haber sido engañada? En absoluto. Lo que hizo fue jactarse de haber descubierto «uno de los mayores montajes de todos los tiempos». Con gran publicidad, se emitió un programa especial que describía como se había falsificado la película de la autopsia. Con ello, la Fox había logrado obtener beneficios de todo el ajetreo que rodeaba al incidente de Roswell."
EL PROYECTO MOGUL
Mientras tanto, sin embargo, y para asombro tanto de los creyentes como de los escépticos, la investigación de los archivos de las fuerzas aéreas en busca de información sobre el incidente de Roswell puso al descubierto un programa del gobierno de la década de 1940, que todavía seguía siendo secreto y que recibía el nombre de «proyecto Mongol». Realmente, pues, había una operación de encubrimiento, aunque no de una nave espacial extraterrestre.
En el verano de 1947 la Unión Soviética todavía no había hecho detonar su primera bomba atómica, pero ya resultaba evidente que sólo era cuestión de tiempo, y para Estados Unidos era imperioso estar al corriente cuando eso sucediera. Entonces se
Exploraron diversos sistemas para detectar la primera prueba nuclear soviética. El Proyecto Mongol era una tentativa de utilizar micrófonos acústicos de baja frecuencia, colocados a gran altitud, con el fin de poder «oír» la explosión. La zona de interacción entre la troposfera y la estratosfera crea un «conducto» acústico que puede propagar las ondas sonoras a todo el mundo. Así, se enviaron a unos doscientos metros de altitud varios trenes de globos sonda con sensores acústicos para captar la explosión, reflectores de radar y otros instrumentos.
Los trenes de globos se lanzaron desde Alamogordo (Nuevo
México), a unos ciento sesenta kilómetros al oeste de Roswell.
Uno de los científicos que habían participado en el proyecto Mongol y que aún vivían, Charles B. Moore, profesor de física jubilado, recuerda que al vuelo número 4, lanzado el 4 de junio de 1947, se le pudo seguir la pista hasta menos de treinta kilómetros del lugar en donde William Brazel observaría los escombros diez días después. En aquel punto se perdió el contacto. Los restos hallados en el Rancho Foster coincidían con los materiales utilizados en los trenes de globos. Actualmente las fuerzas aéreas han llegado a la conclusión de que, más allá de cualquier duda razonable, el accidente del vuelo número 4 desencadenó la extravagante serie de acontecimientos conocida como «incidente de Roswell».
Si el proyecto Mongol no hubiera sido alto secreto, desconocido
Incluso para las autoridades militares de Roswell, todo el episodio podía haber terminado en julio de 1947.
Desde la perspectiva actual resulta difícil comprender siquiera
por qué el proyecto Mongol era secreto. De hecho, se abandonó
antes de que los soviéticos probaran su primera bomba atómica,
marginado por otras tecnologías de detección más prometedoras.
No había nada en el proyecto Mongol que pudiera haber proporcionado a los soviéticos otra cosa que diversión y, sin embargo, se ha mantenido en estricto secreto durante casi medio siglo; incluso su nombre clave era secreto. Y lo seguiría siendo de no haber sido por las investigaciones iniciadas por el diputado Schiff. Parece ser que el secretismo simplemente forma parte de la cultura militar, y ha producido una montaña de materiales secretos.
Nadie conoce realmente el tamaño de esta montaña de documentos, pero, a pesar de los periódicos esfuerzos de reforma, actualmente hay más documentos clasificados de los que había en el apogeo de la guerra fría. El gobierno estadounidense ha calculado el coste directo de mantenerlos en unos 2.600 millones de dólares anuales; pero el verdadero coste en términos de erosión de la confianza pública resulta incalculable. En un desesperado intento de poner el sistema bajo control, en 1995 el presidente Clinton promulgó una orden ejecutiva por la que, a partir del año 2000, se desclasificarían automáticamente todos los documentos que tuvieran más de veinticinco años, lo que, según estimaciones, equivale a más de mil millones de páginas.
Si todavía hay un misterio que rodea al: incidente de Roswell,
es el de por qué la revelación del proyecto Mongol, en 1994, no
puso fin al mito ovni. Parece haber varias razones, todas ellas relacionadas con el hecho de que la verdad llegó casi medio siglo tarde. Lejos de debilitar el mito ovni, los creyentes se aferraron al proyecto Mongol como prueba de que todo lo que el gobierno
estadounidense había dicho anteriormente era mentira, y no había razón para creer que aquella no era simplemente una mentira más. Así, actualmente se mofan de todos los desmentidos del gobierno.
Las fuerzas aéreas estadounidenses recopilaron cualquier posible fragmento de información relativo al incidente de Roswell, en el contexto de un amplio estudio, con la esperanza de poner fin a la historia. La enorme labor de localizar y cribar viejos expedientes, así como de localizar a los testigos supervivientes, se había iniciado ya antes de que el diputado Schiff pidiera que se hiciera pública toda la información. Para el personal del cuartel general de las fuerzas aéreas, en el Pentágono, responder a las exigencias de los
autodenominados «investigadores de ovnis» —que aducían la Ley
de libertad de información— se había convertido en una pesada
carga, y estaban ansiosos por quitarse de encima el incidente de
Roswell. La publicación de «El informe Roswell: caso cerrado»
dio lugar a la conferencia de prensa más concurrida que se recuerda de todas las convocadas por el Pentágono.
Aunque las personas implicadas insistieron en que no se había
planeado así, el informe de las fuerzas aéreas se terminó precisamente cuando estaba a punto de celebrarse el quincuagésimo aniversario del descubrimiento, por parte del William Brazel, de los escombros relacionados con el proyecto Mongol. En julio de 1997, miles de entusiastas de los ovnis acudieron a Roswell —convertido ahora en un popular destino turístico— con el fin de celebrar aquellas peculiares «bodas de oro». Compraban muñecas extraterrestres y camisetas conmemorativas, y se llevaban todos los libros que podían encontrar sobre ovnis y alienígenas. El único libro que apenas se vendió fue el extenso informe de las fuerzas aéreas. Después de todo, ¿quién se iba a tomar en serio al gobierno? Fox TV siguió emitiendo su película sobre la autopsia del extraterrestre a su agradecida audiencia. Diversos sondeos recientes indican que el número de personas que creen que existe una presencia real de extraterrestres, y que el gobierno la está ocultando, sigue aumentando.
Sin embargo, resulta fácil atribuir una trascendencia excesiva a
los datos relativos a la difusión de la creencia en los ovnis y en las visitas de alienígenas a la Tierra. Carl Sagan veía en el mito de los extraterrestres del espacio un equivalente moderno de los demonios que obsesionaron a la sociedad medieval; y para algunas personas influenciables constituyen una terrible realidad. Sin embargo, para la mayoría de la gente no parece tratarse de creencias profundamente arraigadas. Los ovnis y los extraterrestres constituyen únicamente una forma de añadir un toque de emoción y de misterio a la monotonía de sus vidas; y en Estados Unidos proporcionan, además, una buena excusa para meterse con el gobierno.
El coste real del incidente de Roswell se debe medir en términos de pérdida de confianza pública. En nombre de la seguridad nacional, todos los gobiernos de este agitado mundo se sienten obligados a arrogarse la autoridad de mantener secretos oficiales. Quienes acceden al poder se aficionan rápidamente al secretismo. Éste permite al gobierno controlar lo que el público escucha.: las malas noticias se retienen; las buenas se dejan escapar. A la larga, sin embargo, episodios como el de Roswell dejan al gobierno prácticamente impotente a la hora de tranquilizar a sus ciudadanos frente a las inverosímiles teorías de conspiración o a la basura seudocientífica.
La publicación de «El informe Roswell: caso cerrado», el 24
de junio de 1997, tuvo lugar sólo tres meses después de que en San Diego se encontraran los cadáveres de treinta y nueve miembros de una secta que rendía culto a los ovnis, denominada «La Puerta del Cielo». Se habían suicidado en grupo, en la creencia de que un gigantesco ovni, que seguiría al cometa Hale-Bopp, los recogería para llevarles al «siguiente nivel».
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