Son demasiado optimistas las expectativas que anuncian la inminencia de una nueva época de Ilustración global. Por el contrario, la actual corriente multidisciplinaria que se hace llamar “postmodernidad” muestra aspectos oscurantistas militantes que en verdad deben ser motivo de preocupación para quienes consideran que en el conocimiento de la naturaleza y del universo se encuentra el camino hacia un estado de mayor bienestar para nuestra especie.
El resentimiento en contra de la ciencia muestra dos vertientes: por un lado, están quienes sostienen ideologías y opiniones surgidas a través de un proceso formativo y educativo muy basado en las ciencias sociales y humanistas, que en especial le envidian a la ciencia su capacidad de obtener conocimientos certeros y sobre todo verificables y que consideran a la capacidad de la ciencia de modificar hasta sus concepciones más bien establecidas, como una muestra de su relativismo social y temporalidad inevitable. Para estos la ciencia no es más que una estructura de origen sociocultural y sus conocimientos simples apreciaciones de un grupo de privilegiados.
La otra vertiente
del rechazo social a la ciencia la representan quienes consideran que los
hechos sobre la naturaleza que están documentados, atentan contra las
concepciones mágicas y sobrenaturales que constituyen la fe religiosa y las
aspiraciones de trascendencia de diversos grupos e individuos. En este caso, la
comunidad científica es considerada como partícipe de una conspiración maligna
para acabar con la fe de las personas y los valores morales o bien como una
especie de nueva inquisición, dedicada a perseguir y a excomulgar a esos
herejes que llegan a postular alguna idea que se oponga de entrada a las leyes
de la naturaleza, a las que en ocasiones califican de no ser otra cosa que
simples paradigmas temporales.
En los casos más
extremos, quienes sostienen esta visión anticientífica no sólo descalifican a
la ciencia como medio para conocer el mundo, sino que desconocen la propia
realidad como algo que exista en forma independiente de nosotros los seres
humanos. De hecho, una de las características más notables de la llamada New
Age –nueva era-, que constituye la filosofía más distintiva del neomodernismo
es la noción de que cada persona puede mágicamente crear su propia realidad y
alterarla según su gusto y necesidades.
Se dan la mano
los filósofos del relativismo social y los místicos mercachifles de fin de
milenio. Sus discursos son intercambiables. Feyerabend, Imre Lakatos y Robert
Anton Wilson le niegan la validez a la ciencia como vía legítima y especial
para llegar al conocimiento, y abren las puertas a quienes no tienen nada que
ofrecer al ser humanos más que palabras e ilusiones peligrosas.
Sin embargo la
reacción de la ciencia no es generalmente de preocupación. A la comunidad
científica no le ocupan y menos le preocupan las actividades de quienes niegan
su validez. Esto por un lado es explicable. Estamos en medio de una explosión
tecnológica que alterará la vida –hasta hacerla irreconocible- de todo aquél
que viva en el mundo dentro de apenas 50 años. En comunicaciones,
entretenimiento, información, educación, cultura y empleos se basará una
revolución económica sin paralelo desde la invención de la agricultura. Se da
por descontado que la ciencia resolverá los problemas más amenazantes, como la
producción de los alimentos, el agua potable y la protección del medio
ambiente; pero esto de ninguna manera es algo seguro, para alcanzarlo se
requiere de mucha investigación, la cual demanda recursos económicos y humanos
bien capacitados y aquí es donde los científicos pueden sufrir los efectos del
avance del sentimiento anticiencia, que se traduce cada año en todos los países
en un número creciente de reducciones a los presupuestos de apoyo a la
investigación, en la cancelación de los programas de investigación pura y
avanzada y en el deterioro de la actividad académica en este ámbito. El futuro
puede alcanzar a los científicos más rápido de lo que se imaginan y más les
vale asumir una actitud más militante en la tarea de combatir la anticiencia,
tanto en su variedad intelectual como en su faceta mágico-religiosa.
Estas son las
voces de quienes deploran la existencia misma de la ciencia:
“No existe la tal
verdad objetiva. Nosotros hacemos nuestra propia verdad. No hay tal cosa como
la realidad objetiva. Nosotros hacemos nuestra propia realidad. Hay caminos
espirituales, místicos e internos para obtener conocimiento. Si una experiencia
parece real, es real. Si una idea se siente correcta, es correcta. Somos
incapaces de adquirir conocimientos sobre la verdadera naturaleza de la
realidad. La ciencia en sí es irracional o mística. Es sólo otra fe o sistema
de creencias o mito, sin más justificación que cualquier otro. No importa si
tus creencias son verdaderas o no mientras tengan sentido para ti”. Resumen de
creencias de la Nueva Era, por Theodore Shick y Lewis Vaughn.
“La ciencia es
más como una iglesia que como una actividad racional y sus teorías no están más
cercanas a la verdad final que los mitos y los cuentos de hadas”. “Si los
contribuyentes creen en cosas como la astrología, herbolaria china, cosmología
hopi, parapsicología, curación por la fe, acupuntura, creacionismo, vudú o las
danzas de la lluvia, entonces estas teorías deben ser enseñadas en las escuelas
públicas.” El Antimétodo de Paul Feyerabend.
Un historiador
del futuro o de otro planeta, que llegase a la Tierra y que tuviese acceso a
todo lo que se publica o se difunde en nuestra sociedad contemporánea llegaría
a la conclusión de que tenemos viaje espacial cómodo, rápido y barato, que
tenemos contacto cotidiano con multitud de especies extraterrestres y que
manejamos habitualmente poderes mágicos como la psicoquinesis, la telepatía, la
clarividencia, la teleportación, etc. Todos los medios de difusión o
entretenimiento manejan versiones ficticias o supuestamente reales que aseguran
que tales prodigios son algo común.
Pero la verdad es
distinta; lo que ocurre diariamente en nuestras ciudades y campos está lejos de
parecerse a esa visión de pacotilla, cuyo efecto real es narcotizar a grandes
sectores de la población que pasan sus existencias en una especie de limbo
nebulosos en donde resulta impensable hacer algo para modificar la situación social.
Esos grupos
sociales bajan su guardia crítica y están dispuestos a aceptar todo lo que se
les diga. Recientemente, se difundió en la radio que observar el eclipse de
luna del pasado mes de septiembre causaría daños a las personas y bebés en
gestación. Numerosos sectores se abstuvieron así de disfrutar el fenómeno y
manifestaron ciertos temores irracionales. De igual forma, corrió el rumor de
que habría pronto un oscurecimiento planetario de varios días debido a una
cortina de fotones que pasaría por el planeta. En forma deliberada algunos
charlatanes impulsaron esta versión en los medios, sin que nadie expresara
alguna duda. Lo que en verdad iba a ocurrir es el recrudecimiento normal de la
actividad de las manchas solares.
Estas reacciones
de credulidad ante patrañas absurdas revelan el efecto reblandecedor que tiene
en la opinión pública la visión anticientífica y aniquilan el pensamiento
crítico.
La sociedad
mexicana ha reaccionado en forma muy enérgica y positiva ante los alarmantes
avances de esa otra faceta del postmodernismo que es la doctrina económica neoliberal
y ha generado numerosas organizaciones no gubernamentales que defienden los
intereses de grupos que no se sienten representados por las autoridades que legalmente
tienen el deber de ver por sus intereses.
Desde este punto
de vista, la defensa de la perspectiva científica y racional acerca del
universo que nos rodea se convierte en parte inseparable de la labor de defensa
social que hacen los organismos ciudadanos y, en buena parte, las escuelas
públicas de educación superior. Estos sectores a su vez no deben olvidar este
hecho y necesitan incorporar la defensa del pensamiento crítico y la
divulgación del conocimiento científico como parte esencial de su tarea de
protección de los derechos del ciudadano.
Resulta en especial
deplorable cuando sectores contestatarios que reconocen la necesidad de la
acción ciudadana en contra de la injusticia social y hasta de la violencia
estructural prevalente en nuestros países, deciden recoger y defender algunas
doctrinas mágicas o supersticiosas y abiertamente anticientíficas como parte de
su postura de rebelión contra un sistema opresor, dentro del que ubican a la
ciencia moderna; en especial, por ejemplo, a la medicina científica, contra la
que oponen a las llamadas medicinas alternativas como una supuesta opción “revolucionaria”.
Lo mismo ocurre con diversas sectas y cultos pretendidamente “orientalistas” o “aztequistas”
que proponen soluciones mágicas a los problemas sociales. Ni las demenciales
teorías sobre la energía “orgónica” de William Reich ni las de la genética
leninista de Trofim Lysenko se hacen más verdaderas o justas por el hecho de
que sus promotores hayan sido marxistas.
Es también el
doble patrón moral de los que sostienen la posición anticientífica y el
relativismo del conocimiento de la realidad; por un lado, demandan libertad
total de expresar sus creencias y, sobre todo, la de lucrar con ellas –no hay
que olvidar que detrás de cada pseudociencia existe un próspero negocio,
sostenido por el público consumidor engañado- sin embargo, se oponen y tratan
de obstaculizar la difusión de las opiniones que les son críticas. Tratan
deliberadamente que al público no se le dé a conocer la voluminosa información
que demuestra claramente la falacia y lo engañoso de sus afirmaciones. En
México al menos, es un delito en potencia publicar críticas contra las creencias
de algunas religiones ya que en teoría pueden “ofender” la fe de ciertos
grupos. Estas disposiciones, como las que sancionan la blasfemia en otros
países, deben ser derogadas y para ello se requiere movilizar a una opinión
pública realmente poco preocupada por estos hechos.
La postmodernidad
se ha convertido en una serie de posturas, rituales, modas, estilos estéticos y
doctrinas económicas y políticas que se caracterizan por su blandenguería y su
profunda y tediosa vulgaridad. Desde la música “New Age”, incapaz de despertar ningún
sentimiento fuera del letargo, hasta los colores pastel pálido de una
arquitectura que regresa a estilos de períodos históricos que lograron la
hazaña de no dejar ninguna huella en la historia del arte, el postmodernismo
sólo busca adormecer las mejores cualidades críticas y la curiosidad del ser
humano.
Por supuesto, hay
fuerzas económicas que tarde o temprano vendrán a restaurar el equilibrio y la
vocación de progreso material, cultural y científico; pero siempre es
conveniente ayudar a esas fuerzas históricas. No puede nuestra especie caer en
un estado de parálisis cultural, como el que afectó a Egipto por tres mil años
y a China por más de cuatro mil.
En este momento
están vivos más del 80% de los grandes científicos de toda la historia. Se ha
reducido diez veces el plazo entre un descubrimiento y su aplicación; sin
embargo, cada día se abandonan más y más tareas de búsqueda y difusión o se han
cancelado en todo el mundo grandes proyectos como el del superacelerador de
partículas que quedó a medio construir en una llanura tejana y con el cual se
hubieran resuelto las cuestiones más misteriosas del comportamiento de las
partículas elementales. Se canceló hace poco también, por falta de recursos el
proyecto de George Bush de viajar al planeta Marte en 2017.
Cada día se
descartan más y más proyectos de gran importancia para el avance de nuestro
conocimiento y de ello es en parte culpable el sentimiento anticientífico y
oscurantista que prohija la postmodernidad.
La ciencia es
detestada porque destruye ilusiones de trascendencia espiritual de los
individuos, y porque relega al ser humano a una posición muy secundaria como
figura dentro del universo. Eso atenta contra el ego de muchos individuos, pero
también la ciencia nos responsabiliza de nuestro futuro: no contaremos nunca
con ayudas sobrenaturales ni extraterrestres para salvar nuestra civilización.
Nos demuestra también que somos libres, y que si no asumimos esa libertad
alguien nos va a dominar y a explotar toda nuestra vida.
Nos demuestra la
ciencia que no somos inmortales; pero al mismo tiempo permite la eventual
realización tecnológica de ese ideal. Compite ya la ciencia con las ofertas
consoladoras de las religiones y los mitos, y como lo hace leal y eficazmente,
es detestada. Sus enemigos no descansan, y quienes llevan a cabo las tareas de
investigación ni siquiera saben que están en la mira. Es necesario movilizar a
la opinión pública culta –que ha sido capaz en México de detener una guerra-
para que la defensa de la ciencia y la difusión de sus hallazgos y de su visión
del mundo se haga parte de esa defensa social.
Publicado en el
número seis de “Razonamientos. Revista del Pensamiento Humanista”,
correspondiente al tercer trimestre de 1996.
La ciencia ha traído comodidades a la humanidad sobre todo convirtiéndose en tecnología (más que puramente ciencia), a eso se reduce su adoración y aceptación implícita o explícita por las personas.
ResponderEliminarAhora, epistemológicamente podríamos decir que efectivamente hay un neopositivismo que se nos ha sido impuesto por los detentadores del poder, aliados con los científicos que les ayudan a crear por ejemplo la bomba atómica, gases y bombas molotov con los cuales dominar a las masas.
Que la ciencia tiene ventajas y conocimiento es innegable, pero también lo es que ha traído grandes problemas. La contaminación es producto de los "avances tecnológicos".
La refutación a la ciencia es una refutación a su fundamento racionalista que pretende que solo con la razón, las matemáticas y la lógica es posible el conocimiento.
Pero el conocimiento no se restringe a un silogismo, cuando amo, tengo conocimiento del otro y de mi mismo, cuando río, cuando rechazo, cuando bailo, todo eso me produce conocimiento y eso es lo que se le impugna a la imposición de la ciencia, porque se nos ha impuesto en los programas de estudio, en nuestra forma de vida.
No se trata de si es mejor el conocimiento científico, sino de legitimar que otros conocimientos tienen igual derecho a existir y enseñarse y eso es lo que no sucede.
Anónimo, andas mal de punta a punta, y lo que llamas adoración por la ciencias echa de ver que tu tienes un amigo imaginario adorable.
ResponderEliminarLo que mencionas como fuentes de conocimiento adicional a la ciencia son conceptos ridículos.
Dinos cuales conocimientos, fuera de la ciencia, tienen igual derecho de existir y de enseñarse en las escuelas públicas.
La respuesta anónima confirma el contenido del artículo/blog afirmando indirectamente que la ciencia es un ente que conspira contra la humanidad, las pseudociencias no. Demostrando así la inconsistencia que revelan la mentalidad pseudocientífica de su autor (anónimo).
ResponderEliminarSi un adelanto científico comprobable debe ser enseñado, tanto sus comprobables pro y sus comprobables contras, las pseudociencias exigen que también sean enseñados los no comprobables “pro” (nunca los “contras”) de sus no comprobables “adelantos pseudocientíficos” por razones no comprobables.