martes, 19 de octubre de 2010

Historias jotas

A principios de abril de este año terminé el curso Narrativa Mexicana del siglo XX/XXI, una materia optativa dentro de la carrera de filosofía en la UAM. La asignatura la imparte el licenciado en Letras Hispánicas por la UAM Gerardo Bustamante Bermúdez. Leímos cuatro cuentos con temática homosexual.


1. De Inés Arredondo leímos su única novela corta: Opus 123.

Pepe Rojas y Feliciano Larrea son los protagonistas de esta historia. Arredondo nos cuenta lo que sucede con ellos desde que son niños hasta que son ancianos. La historia sucede en un pueblo conservador que no comprende ni tolera (de respeto ni hablamos) a quienes se apartan de lo que se espera socialmente; en este caso se trata de dos niños que padecen las burlas y humillaciones de sus compañeros de clase, es su delicadeza lo que provoca esas agresiones.

Así, ambos comparten dos cosas: el sufrimiento por esas burlas y el gusto por la música, los dos toman clases de piano. Ellos no se conocen pero saben de los avances de cada uno, pues ambos tienen a la misma maestra y ella les platica al respecto.

Ninguno de los dos participa en las actividades sociales del pueblo. Pepe Rojas termina dedicándose a las labores domésticas y a cuidar a sus hermanas mientras su madre atiende el negocio familiar. Feliciano Larrea deja la primaria en el quinto año y toma –a disgusto del padre- clases particulares, de tal forma que llega hasta el bachillerato. Pepe termina la primaria con excelentes notas, pero no es llamado a recibir –en la ceremonia de fin de cursos- el reconocimiento que le corresponde, aquí vemos la intolerancia que practican los habitantes del pueblo, incluyendo a las autoridades de la escuela.

El título del texto se debe, precisamente, a que ambos personajes tocan el piano desde pequeños. El día que una hermana de Feliciano se casa, Pepe –sin que lo sepa el pueblo- es quien toca el órgano durante la ceremonia. Lo hace magistralmente pero no recibe reconocimiento alguno. Cuando durante la fiesta le preguntan a Feliciano padre por la identidad del músico, él miente, sabe que se trata del “afeminado”, pero afirma que era un pianista extranjero. Algunos saben que se trata de una mentira, entre ellos su hijo. Esto provoca el rompimiento familiar, pues hay un enfrentamiento definitivo entre padre e hijo.


Feliciano es la vergüenza de su padre, así que su madre toma la decisión de irse con él al extranjero. El padre se indigna, pues considera un insulto que su matrimonio se rompa por culpa del “mariconcito”. En realidad –y de esto se dará cuenta Feliciano años más tarde- la señora se va con su hijo por amor al esposo, ya que piensa que de esa forma Feliciano padre no tendrá que soportar la presencia del muchacho.

La soledad es una constante en los protagonistas. Feliciano se convierte en un gran músico, pero como siempre es acompañado por su madre, nunca socializa ni puede iniciar amistades o relaciones amorosas. Pepe en el pueblo siempre es una persona marginada, aunque es el músico de la iglesia, nunca obtiene el reconocimiento o respeto de la comunidad.

Cuando finalmente regresa Feliciano al pueblo, ambos son ya mayores. Arredondo cuenta que sólo se encuentran en sus paseos nocturnos y que nunca pasan de un rápido saludo. Pero en realidad la autora insinúa más de lo que cuenta, de forma que resulta válido preguntarnos ¿qué hubo entre Feliciano y Pepe?


2. De Joaquín Hurtado leímos Señoritas en el Tahúr comidas por los sardos para ser más valientes.

Hurtado escribe “Crónica Sero” en el suplemento Letra S de La Jornada. Dice de sí mismo (en una entrevista realizada por Alejandro Brito) que se ha metido en el asunto del sida por necesidad y obligación moral. Ha vivido de cerca la catástrofe sanitaria, social, política, económica, cultural y sexual que implica el sida. Ha escrito “Guerreros y otros marginales”, un libro de crónicas urbanas de chavos banda, prostis, locas, soldados, policías y drogos de la ciudad de Monterrey; “Laredo Song”, relatos con temática homosexual, es en esta antología en la que aparece Señoritas en el Tahúr; y "Crónica Sero", una recopilación de algunas de sus colaboraciones para Letra S. La siguientes son algunas de las declaraciones que ha hecho Hurtado:

“Ya no puedo vivir sin el sida. No sabría cómo dialogar con la vida ni con la muerte.”
“Jamás podré traducir con palabras el vacío que traigo en el corazón y en el alma con la muerte de mis amigos.”
“La mejor vacuna contra el estigma es tomar cada mañana la navaja del autoescarnio y desfigurarme el rostro para que ningún idiota venga y me diga: ‘¡pero qué cara tan jodida traes hoy, ¿no te han avisado de tu muerte?’ Nada me hacen semejantes flores si ya me adorné yo mismo con ellas.”


Señoritas en el Tahúr cuenta la historia de dos chavos de ambiente originarios de Monterrey, pero la historia sucede en la Ciudad de México. Después de salir del Viena victimadas (los protagonistas se hablan en femenino) por un chichifo, deciden conocer El Tahúr “famoso por sus soldaditos y su ambiente extravagante”.

Ya en El Tahúr conocen a unos soldados: “el trabajo ligador fue casi innecesario: ellos traían peores intenciones que nosotras. Nos lo propusieron desde el principio. O sea, acababan de ver a sus novias el día de ayer, y desde que las dejaron instaladas en sus respectivas residencias (eran sirvientas), andaban parrandeando y sólo les faltaba un buen bujero para descargar su fiera hombría militarizada y quedar renovaditos para las chingas que ordenaran los generalotes, en la salvaje jerarquía de la soldadesca.”

Abela, su amiga y los dos soldados (con otro soldado completamente ebrio) salen del Tahúr en busca de un taxi que los lleve a un hotel barato. Finalmente encuentran uno. “Hasta el quinto piso, sin elevador, entre olores a humedad y sudor de ratas. Camas rechinadoras, excusado descompuesto y rebosante de mierda, sin agua caliente, y lechos erizados de resortes como para suicidarse contrayendo el tétanos.”


3. Nomás no me quiten lo poquito que traigo es un texto corto de Eduardo Antonio Parra, éste aparece en su antología Tierra de Nadie. Es autor de una novela sobre el Benemérito de las Américas: Juárez. El rostro de piedra. También es autor de Los límites de la noche, Nostalgia de la sombra, Sombras detrás de la ventana y Parábolas del silencio (historias de putas y putos, tráfico de droga, traición, asesinato, violencia, desesperanza).

¿Qué nos cuenta Eduardo Antonio Parra?


Fue una estúpida y lo supo de inmediato. “Pendeja, de lo que se trataba era de coger, dejarlos bien exprimidos y contentos y después largarse muy oronda a esconder el dinero debajo del colchón.”

Pero su error era comprensible: Estrella sólo tenía dieciocho años y a penas tres meses en la calle vestida de minifalda, tacón y blusa ombliguera.

Un caballero elegante, bien parecido y de buenos modales la llevó al lujoso departamento de un edificio que parecía la torre de un castillo. A través de los ventanales se veía toda la ciudad. Y sólo tuvo que bailar mientras se desnudaba. El caballero sólo quería observarla. “Cuando llegó el momento de completar el desnudo titubeó, pues no quería mostrar ese miembro flácido que le daba tanta vergüenza y que siempre trata de ocultar con bragas de refuerzo doble. Sin embargo, una desesperación vibrante en la voz del hombre la hizo darse cuenta de que eso era precisamente lo que él deseaba ver. Reprimió los escrúpulos y pensó en cualquier cosa para no imaginar cómo se vería con sus senos siliconeados y su verga infantil, hasta que con un sonoro resuello el caballero acabó de masturbarse en un rincón oscuro de la habitación.” Eso había sido todo. Así de fácil había obtenido hartos billetes.

Pero había cometido el error de mencionar lo del dinero. “Háganme lo que quieran, nomás no me quiten lo poquito que traigo.” A los polis les cambió la expresión, a fin de cuentas se habían acercado sólo buscando que el “putito” les hiciera un trabajito.

Y he ahí a Estrella, en la patrulla, en medio de los dos polis que sabían lo del dinero. Así es como se dirigen a un lugar desolado. Teme ser despojada del dinero, pero también le excitan los dos policías.

Una vez debajo de la patrulla, comienzan a desnudarla violentamente. La linterna de uno de los polis se dirige a la ropa interior de Estrella, hay en ésta un dobladillo de billetes verdes. “Son para mi operación”, balbucea. “Ah, chingá, ¿pos a poco estás enferma?”, se burla uno de los polis. “Por favor no me lo quiten. Son para...”, trata de explicar la puta. “Eran, preciosa.”, le informan los uniformados.

Así es como Estrella aprenderá una lección: “¿Cuántas veces le han advertido las otras que con la ley chitón, sí señor, lo que usted mande, ya sabe que estoy para darle gusto?”


4. ¿Te gusta el látex, cielo? Es una novela corta de la escritora chiapaneca Nadia Villafuerte (más información aquí).

Las historias de Villafuerte tratan de migrantes, personas acosadas por la miseria, el amor, el desamor, las traiciones, los fracasos, el dolor, los deseos de venganza o redención por medio de la muerte.

Helena, quien antes de trabajar en El Bombay no llevaba la H en su nombre, es una prostituta. Es “reclutada” por Glenda, el travesti dueño de El Bombay, lugar que heredó de sus padres como restaurante, posteriormente él/ella le dio el “pequeño” giro al establecimiento.

Para la protagonista “ser puta había consistido más en hacerse tramposa que en desnudarse. Se paseaba por los pasillos del Bombay como un ángel infeliz capaz de pegarse a cada rato, con resistol, las alas.”


Duda de todo cuando ese todo esté saliendo demasiado bien. Tal parece ser la terrible y cruel enseñanza de esta historia. Pero no es la única.

A veces hay que arrojar nuestros sueños al bote de basura. ¿Otra lección más? “en cualquier parte buscamos la oportunidad de tirar al de arriba para poder comprar unos zapatos un poquito más caros.”

Lecciones y más lecciones. Y cada vez más cruentas, a fin de cuentas, la vida pocas veces es amable...

Helena reflexiona: “es que sale cada tipo que cree que una puede aceptar lo que sea por dinero... Lo peor es que es cierto.” Helena exigiendo honestidad a sus compañeras de trabajo: “no sean hipócritas, brincos dieran por tener un cúter y ensartárselo a sus madrecitas, no vengan con que las extrañan...”

Helena había descubierto su vocación desde pequeña, es decir, algo le decía que había nacido para putear. “El destino, escrito o no, era irreversible: se lo decía la punzada en sus tetas cuando le crecieron, el calor sensual de la costa, ese cosquilleo que sintió al escuchar por primera vez a su madre: terminaría igual, de putilla infeliz como le dijo el borracho aquel, o de puta con categoría en alguna cantina de ciudad grande. Supo que había sacado lo piruja y lista porque no se quedaría ahí, y fue entonces cuando de pronto, caída del cielo, bajó esa mujer que tenía una actitud rara, indefinible, incluso cuando algo intuyó entre las cortinas del primer hotel donde se quedaron, escuchando a Glenda bañarse. Ya tenía mala sangre, como la leche agria de los hombres que la montaban. Nunca había creído en el amor (...) Definitivo, no creía en las mujeres que dormidas sobre el pecho de sus machos, obtenían la promesa de matrimonio, ese requisito en el que de todas maneras se entregaba el coño envuelto en una tela de fino encaje.”

Instigada por Antero Rojas, Helena asesina a Julio Nazar. Ambos políticos. Rojas recurre a Helena porque a Nazar –a pesar de estar casado- le gustaba ir de putas; además, de esa forma sería más fácil deshacerse de cualquier evidencia que pudiera señalarlo como culpable.

“¿Es de esos que, si se encela, es capaz de ensartar un cuchillo en las nalgas?”, preguntó Rojas a Helena, se trataba de una información valiosa acerca de Glenda. Así fue como el plan comenzó a tomar forma.

Helena finge ante Glenda: “¡Me humilló! Ese cabrón al menos se va a acordar de mí antes de que me chingue, si de todos modos me deporta, al menos va a quedarse con una cicatrizota como la que me hizo... ¡Lo voy a madrear, lo voy a hacer yo, me vas a ayudar, cómo diablos no, una navaja y voy a ensartársela en la cara!”

Helena miente. Le asegura a Glenda que Nazar, además de golpearla, le ha marcado el rostro con una navaja. La herida, a petición de ella, se la hizo Rojas. Tenía que ser convincente. Helena, a fin de cuentas sabía mentir bien.

El plan consistía en provocar el enojo de Glenda, de forma que entre las dos le dieran una golpiza a Nazar. Bueno, Helena tiene en mente que “se les pase la mano”.

Helena lo hacía para asegurarse un futuro mejor. “¿Sabes cuánto es mucho dinero?”, le preguntó Rojas. A Helena le brillaron los ojos.

Helena debía confiar en Rojas, y Rojas en Helena. “¿Cómo se que me vas a cumplir?”, pregunta Helena. Rojas responde: “¿Y cómo sé que no te vas a rajar? Porque si te rajas, óyeme bien, esa boca preciosa que tienes, ya no me la va a chupar.”

Helena traicionará a Glenda, pero Helena será traicionada por Rojas.

Al final de su novela corta, Villafuerte reconoce su deuda de gratitud con varios escritores, entre ellos Ed. Wood Jr.

El travesti dueño del Bombay se llama Genaro, a veces le llaman Glen, a veces Glenda.

"Glen o Glenda" es el título de una cinta dirigida por Ed. Wood Jr, dicha cinta trata el tema del travestismo. Wood ha sido llamado el peor director en la historia de la industria cinematográfica (título que se disputa con Juan Orol). El mismo Wood dirigía sus cintas travestido.

En 1994 Tim Burton le rindió un homenaje a Wood al dirigir una película sobre su vida. Johnny Depp interpretó al excéntrico director de cine. La cinta -específicamente- muestra la forma en que Wood filmó Plan 9 del espacio exterior.


Burton ha dicho que es muy delgada la línea que separa al éxito del fracaso, de Plan 9 se ha dicho que es la peor película de la historia, sin embargo -nota Burton- hoy ganas premios filmando películas así.

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