El director de Generación era Carlos Martínez Rentería. En el editorial, entre otras cosas, expresaban: “El tema central es resultado de una conversación etílica con el escritor y reseñista cinematográfico Mauricio Montiel, quien propuso coordinar un número especial con el tema ‘Historias de ir al cine’, y con la premisa de advertir como en muchas ocasiones, que la simple experiencia de ir al cine es más trascendente en nuestras vidas que la película misma.”
Guillermo Samperio abre el tema central con el relato “Penélope”. Samperio imagina la mejor compañía que puede tenerse para ir al cine... Después de todo ¿no te agradaría recibir un buen sexo oral en caso de que la cinta resulte aburrida?
A continuación encontramos una entrevista al crítico de cine Jorge Ayala Blanco, misma que realizó Donato M. Plata y que lleva por título “Perder la virginidad en el cine”. Veamos algunas de las mejores declaraciones de Ayala Blanco:
He dicho que perdí mi virginidad a los 16 años en la sala Mina y es literal. Antes la gente no sólo vivía en las salas, sino hasta copulaba en ellas. Eran salas tan gigantes que había tiempo de todo: ir a platicar, de pasearse, de fajar con la novia. También ahora, pero es mucho más impersonal. Los cines de antes eran más eróticos, afrodisiacos. Yo descubrí mi vocación viendo películas en este tipo de cines desde muy pequeño. La película que más recuerdo de aquellas épocas es La Bella y la Bestia (1946) de Jean Cocteau.
Sobre la gente de la que aprendió:
Yo tuve como maestros a gente como Juan Rulfo, Juan José Arreola y Efraín Huerta. Rulfo por ejemplo era un cinéfilo formidable. Le gustaba mucho el cine y platicaba mucho de cine. Le encantaba lo que escribía y me defendía con los otros escritores que me apabullaban porque mi prosa les parecía mucho de vulgaridades, de muchas palabrotas. Y él era el único que me defendía. De hecho él trabajó en la RTC, en la Dirección de Cinematografía, en censura. No duró mucho, pero de todas maneras se acordaba de eso. Entonces sí, Rulfo era un buen cinéfilo. A mis otros dos maestros como Juan José Arreola no les gustaba mucho el cine. Otro de los grandes maestros y amigos que tuve, y del que aprendí mucho en la forma de escribir crítica, mezclando lo popular con lo exquisito fue Efraín Huerta, quien era además un cinéfilo maravilloso. Por él decidí ser crítico de cine a los 12 años de edad, cuando leía Luneta de Cuatro Pesos y Cuéntame la Película que eran críticas suyas escritas para el Fígaro, las cuales nunca firmó. Sí, Huerta era un cinéfilo maravilloso, adoraba el cine. Toda esa erotomanía la volcaba en la pluma y en sus críticas, que constataba con toda la mamonería y pedantería de los escritores de esa época.
Sobre los críticos actuales:
Hay de todo. Hay gente muy rescatable, gente preparada como Rafael Aviña, Carlos Bonfil, José Felipe Coria. Y gente que finalmente no son más que simples críticos de espectáculo, que podrían escribir de cine, futbol o toros, y da exactamente lo mismo. El problema claro es el de abuso del marketing, es el punto de vista de las distribuidoras que todos los periódicos, incluso los de izquierda, reproduzcan el mismo resumen y hasta la misma crítica, lo cual es vergonzoso.
¿Son los críticos de cine cineastas frustrados?, pregunta M. Plata y Ayala Blanco responde con un genial sentido del humor:
Pues más bien sería al contrario: los cineastas son los críticos frustrados porque les gustaría hacer la crítica de su película y no la porquería que tienen que dirigir. Más bien es al contrario.
Ese comentario me recuerda cuando asistí a un ciclo de cine-debate de cine mexicano en el Museo de la Ciudad de México en el que –y es lo que lo hacía más interesante- participaron los directores y actores. Al director de Y tu mamá también el público le preguntó sobre la crítica, a lo que éste respondió que su trabajo estaba más allá del bien y del mal y que la crítica le valía un pepino. Obviamente no fue la respuesta textual, no estoy citando de memoria, pero esa fue la idea.
Rafael Salgado colaboró con el texto “De los de piojito a las MEGAPANTALLAS”. Se trata de un texto bastante sobrosón que comienza así (se les llama “salas piojito” a las salas populares y baratas):
Los cines de antaño son como los viejos amores, conforme pasa el tiempo se idealizan, rememoran, reinventan y añoran. Y las nuevas salas cinematográficas se presentan como las top models: grandotas, llenas de accesorios, exageradamente artificiales y frías, muy frías.
Desde el nombre, las agringadas salas ya llevan las de perder. Imposible comparar nombres como “Savoy”, “Cosmos”, “Lido”, “Opera”, “Palacio Chino” v.s. Sala 1 de Miramontes; 4 de Santa Fe; 6 de Pericoapa; Sala Cinplus 3 Bosques.
La comodidad que ofrecen los recién construidos es relativa; en los antiguos cines “Río” y “Teresa” exclusivos para calenturientos y chaqueteros quien llegaba temprano tenía el privilegio de subir las patas al respaldo de adelante y al “gil” que le tocaba sentarse ahí tenía de dos: se jodía toda la película o la armaba de pedo si era picudo y venía en flota. En otras butacas no faltaba quien se acurrucara sobre las rodillas de su reinita y tenía función privada. Eso sí era pasarla bien.
Tampoco había pedo de poder meter a escondidas una buen aginebra camuflageada en el clásico jugo boing de naranja; si no se hacía mucho pancho, la acomodadora –generalmente una ñora regordeta y excesivamente pintada- ni cuenta se daba, pues prefería atender los embates jariosos del boletero o el poli en turno, que ¡cómo evitarlo!, también se les subía la temperatura al ver aunque fuera en blanco y negro las, en aquel entonces, atrevidas escenas de mundialmente reconocidas reinas de las hot pictures, quienes dejaban ver sus grandes “cualidades”, eso sí todas naturalitas.
El desmadre en los cines de barriada o “piojito” “Tlacopan”, “La Raza”, “Monumental”, “Bahía” comenzaba al atravesar las gruesas cortinas y cómplice de la penumbra no faltaba el clásico grito “¡ya llegué hijos de su pin...!”
El sitio de los ladillas B era en medio y del lado izquierdo. Ahí se colocaban todos los mentamadres, quienes armados de garbanzos, cerbatanas o cacahuates japoneses se dedicaban durante la doble o triple función a molestar a quienes buscaban lo más obscurito, el rinconcito para el clásico RCA (Rico Caldo Amistoso).
Cuantos chamacos, hoy muchos de ellos ya treintones no fueron engendrados en los cines “Lux”, “Majestic”, “Roxy”, de las colonias San Rafael y Santa María, los cuales tenían entre sus principales clientes a las docenas de estudiantes de los turnos vespertinos de las secundarias cercanas, quienes para no tener “perejil” con algún inspector que no permitía la entrada a menores se ponían el uniforme color caqui camis, playera o suéter de vestir y poder colarse.
El “Lexicom del cine pornográfico” estuvo a cargo de Francisco Oyarzábal. Van a continuación algunos términos.
Annilingus (besar el ano). Esta práctica, igualmente conocida como beso negro, lo practican más los varones con las mujeres, ellas lo hacen de manera irregular pues muchos hombres por ciertas resistencias lo consideran acto de homosexuales.
Cum shot (eyaculación). Como regla no escrita toda buena película porno debe presentar una provocadora escena de eyaculación. En Holanda se realizó el filme recopilatorio 1,001 cum shots, y presenta sólo eso: sesiones múltiples de eyaculaciones sobre bocas, tetas, vaginas, nalgas y...
Cunnilingus (sexo boca-vagina). De empleo común y probada eficacia en películas de relaciones heterosexuales hoy se utiliza más en filmes lésbicos con cunnilingus simultáneos.
Fellatio (sexo boca-pene, felación). Ante la cámara y reflectores la actriz chupa el pene de un actor hasta causar el orgasmo, para agrandar el efecto visual debe exagerar la gestualidad, movimiento corporal y fogosidad, en ocasiones chupa varias vergas a la vez. Son de las porno-stars más deseadas por el cinéfilo varonil.
Fist-fucking (penetración con el puño). El ano o la vagina son los receptores de esta parte del cuerpo, las nalgas deben ser firmes, carnosas y respingadas, hoy día parece que esta práctica está erradicándose en Estados Unidos.
Colaboraron también: Fernando Nachón, Bibiana Camacho, José Uzquiza Araúzo, Carlos Bortoni y Eusebio Ruvalcaba.
Además hay un artículo sobre José Agustín y la contracultura, otro sobre el padre del LSD: Albert Hofman. Aparecen también fotografías de Héctor García, se trata de un experimento fotográfico llamado “Las hijas de Eva” y que consistió en una sesión de desnudo femenino.
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